Viajar ligero. De equipaje, de muebles, de libros, de sofás, de ropa, de cachivaches, de estanterÃas, de cuadros. De juguetes.
Cuando llegan las mudanzas te pones a pensar si realmente necesitas llevarte tanta cosa. Piensas si realmente lo que tienes es tan importante.
Este post no tiene nada de mundo tech.
El ejercicio funciona asÃ: coges una caja y la empiezas a llenar con lo que tiene más valor sentimental y más valor económico. No vaya a ser que esta caja de Lego del Yellow Submarine de los Beatles vaya a pagar la educación de mis hijos el dÃa de mañana. Fotos, álbumes, ordenadores y móviles sin vida que, vaya usted a saber. El equipo de música, las guitarras y tu colección de vinilos. Ese juego de copas de whisky, esa vajilla de porcelana tan delicada. Todo eso no quieres que se rompa.
Llenas una. Como mucho dos cajas.
Siguiente paso: los muebles. Esos muertos arrinconados. Esos seres inertes que te echan una mano en tu metamorfosis en Diógenes. Males necesarios. Has pagado una pasta por ellos, pesan como, eso, un muerto. Algunos son bonitos y hasta prácticos.
Vale, mételos en el camión.
Bajas al trastero. Dios santo del amor hermoso. Esto fuera. Esto también. Estas treinta cajas, ¿para qué cojones las guardarÃa si están vacÃas? Y, ¿estos cuadros? En mi vida he tenido tantos metros cuadrados verticales para tanta cacofonÃa pictórica. Igual los podemos dejar en casa de tus padres, en el garaje. Que acumulen ellos, que les encanta.
¿Todo lo demás lo podéis tirar? ¿Lo incluÃais en el contrato? Ni me acuerdo ya lo que he firmado y lo que no. Pero si me hacéis el favor, lo tiráis.
Y sin embargo, cuando ya por fin se lo llevan todo de tu casa y se queda vacÃa y tiritando, tú te quedas igual. Tantas cosas importantes y tanta porquerÃa que tenÃan un sentido.
Pasabas todos los dÃas por delante. Lo usaste una o dos veces. No importa, formó parte de los años entre estas paredes.
Qué ironÃa querer viajar ligero y acordarte luego de tantas cosas.
Volteo la cabeza. Y ya camino hacia lo que está por llegar.
MarÃa, qué difÃcil es eso de viajar ligero cuando lo que pesa no es la caja, sino lo que nos recuerda. Al final uno se lleva los objetos, sÃ, pero sobre todo se lleva lo invisible que habÃa entre ellos.