Antes el éxito se medía por el número de reuniones que tenías, la cantidad de vuelos o kilómetros que te tenías que tragar y todas esas horas sin dormir. Estar “agotado” era símbolo de productividad. Pero hoy, esa narrativa ha cambiado. En el mundo post-pandemia, hiperconectado y obsesionado con la longevidad y aumentar tu HALE, la nueva vara de medir el éxito no es cuánto trabajas, sino cuán disciplinado eres con tu cuerpo y mente. Dormir bien, entrenar fuerza, practicar ayuno intermitente, contar pasos, controlar la glucosa, evitar el azúcar, meditar, terapias... El problema es que, en lugar de hacernos sentir mejor, esta búsqueda implacable del bienestar nos está agotando más.
Bienvenidos al burnout del bienestar.
La industria del bienestar ya no es un nicho: es un gigante global que supera en tamaño al turismo o la tecnología, según el Global Wellness Institute. Lo que empezó como una alternativa a la medicina tradicional se ha convertido en una carrera sin meta fija. Si antes el “trabajo duro” era el pasaporte social, hoy es la optimización personal.
La salud ha digievolucionado a símbolo de estatus. Ya no basta con salir a correr: hay que correr con un smartwatch que suba tu actividad a Strava. No solo se trata de comer bien: hay que hacer seguimiento con una app que puntúe tu “alimentación consciente”. Y si tienes dinero, puedes presumir de tratamientos con plasma frío, crioterapia corporal completa, o análisis genéticos para personalizar tu longevidad. Hola, Bryan Johnson:
#117 👴 El business case de la inmortalidad (2/2)
En el post anterior entendíamos por qué causas nos morimos y qué impacto tiene el HALE (Healthy Life Expectancy) versus la esperanza de vida.
A primera vista, esto puede parecer positivo. Cambiar Lamborghinis por longevidad parece un upgrade social razonable. Pero en la práctica, está generando nuevas formas de ansiedad, comparación y obsesión.
Cuando la búsqueda del equilibrio te desequilibra
¿Qué pasa cuando intentas “estar bien” y acabas peor?
El concepto de salud se ha mercantilizado tanto, que se ha vuelto competitivo.
Hoy se pueden pagar cientos de euros por una inyección de vitaminas a domicilio o por tratamientos no validados científicamente en spas de lujo. Algunos incluso contratan a “mulas de Strava”. Esto es muy fuerte: personas que corren por tí, usando relojes ajenos para inflar tus estadísticas.
Incluso prácticas validadas como el yoga o el entrenamiento de fuerza pueden volverse peligrosas cuando se abordan desde la exigencia, no desde la escucha del cuerpo. Hay fisioterapeutas que reportan un auge de lesiones provocadas por prácticas “saludables” llevadas al extremo.
¿Por qué caemos en esta trampa?
En parte, porque la ciencia ha avanzado más en diagnósticos que en tratamientos: sabemos qué nos puede enfermar, pero no siempre cómo evitarlo. Eso alimenta la economía de la promesa: suplementos, apps, biomarcadores, terapias alternativas y gurús digitales que ofrecen atajos al bienestar total.
Además, vivimos inmersos en plataformas que nos empujan a compararnos constantemente. Cada paso que damos, cada plato que comemos, puede convertirse en contenido. Lo que antes era privado ahora se monetiza, se gamifica, se comparte.
Pero sobre todo, caemos porque tenemos miedo. Miedo a enfermar, a envejecer, a no estar “optimizados”. El bienestar se ha vuelto un deber moral. Si no te cuidas, parece que fallas. Y si te cuidas demasiado, puedes romperte igual.
¿Cómo evitar el burnout del bienestar?
Está genial empezar un reto de “haber quién corre más” con tus amigos o compañeros de trabajo en Strava. Está perfecto tener un pique sano con alguien para motivarte a seguir entrenando. Pero hay que integrar el entrenamiento de manera saludable:
Menos métricas, más hábitos: deja de monitorizar cada paso o ciclo de sueño. En su lugar, céntrate en crear una rutina sostenible. Caminar porque te gusta, no porque el reloj te lo exija.
No todo lo que es nuevo es mejor: desconfía de terapias sin evidencia científica sólida. Aquí todo el mundo saca un libro sobre su método. Si algo promete resultados milagrosos en poco tiempo, probablemente sea marketing, no medicina.
Hazlo por ti, no por Instagram o TikTok: desconecta tus rutinas de la validación social. No necesitas compartir cada entrenamiento o comida sana para que valga la pena.
Escucha a tu cuerpo:si sientes dolor, para. Si estás cansado, descansa. El autocuidado también es saber decir “hoy no”.
Elige calidad de vida sobre longevidad extrema: no vivas para evitar la muerte. Vive para disfrutar más y mejor tu tiempo. A veces, una copa de vino con amigos aporta más salud emocional que un jugo detox de cuatro tonalidades de verde.
Limita los gadgets: usa tecnología como ayuda, no como juez. Plantéate dejar de usar smartwatches o apps de tracking por unos días. Observa cómo cambia tu relación con el movimiento o el descanso.
Define tu propio éxito saludable: no todos necesitamos el mismo nivel de intensidad. Lo óptimo no es universal. Encuentra tu versión de “estar bien”.
La salud debería ser una herramienta para vivir mejor, no un fin en sí mismo. El bienestar no debería doler. Y si lo hace, quizás es hora de desandar el camino. No necesitamos más presión en nuestras vidas —necesitamos más calma, más conexión, más sentido común. Porque estar bien no se trata de ganar, sino de estar en paz.